martes, 12 de diciembre de 2017

LO QUE CREÍAMOS PERDIDO

Todo el mundo a mi parecer vive a base de recuerdos, de esos que no se olvidan por un motivo u otro, o de los que incluso en los peores momentos hacen que estés feliz al recordarlo y que ocupan un pedacito de tu corazón.
Hay muchos recuerdos pero para mí los mejores son los de esos años en los que teníamos a nuestros padres como héroes y heroínas capaces de acabar con todos nuestros problemas, donde sabíamos que para ellos éramos un orgullo y no una decepción en algún sentido.
Cuando pensábamos que los amigos no traicionan y son para siempre, cuando las peores lágrimas eran por raspones en las rodillas o juguetes rotos, no por corazones en pedazos y promesas incumplidas. Cuando teníamos dulces sueños y no largas madrugadas de juzgarse por cosas que no se pueden cambiar.
Para mí el mejor medio para almacenar recuerdos son las fotos, aquellas que tienes enmarcadas en tu cuarto, o que están en algún álbum perdido por tu móvil, otras que no te gustan demasiado pero tienes miedo de borrar.
Hay una foto en especial que yo miro mucho, donde veo a una pequeña niña de pelo rubio y ojos verdes más feliz de lo que ha sido en mucho tiempo, acompañada por toda su familia, sin excepción, esa de la que hoy se nota tanto la ausencia pero nadie habla.
Por eso los recuerdos son tan importantes, ya sea por un olor, un lugar o una foto, porque te hacen recordar cosas que no sabías que tenías, que creías perdidas, y te traen un poquito más cerca trozos de felicidad pasada que siempre estarán ahí como lo que ahora son, un recuerdo.
 
Cristina Cordón Andrade 4ºB

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