Todo el
mundo a mi parecer vive a base de recuerdos, de esos que no se olvidan por un
motivo u otro, o de los que incluso en los peores momentos hacen que estés
feliz al recordarlo y que ocupan un pedacito de tu corazón.
Hay muchos
recuerdos pero para mí los mejores son los de esos años en los que teníamos a
nuestros padres como héroes y heroínas capaces de acabar con todos nuestros
problemas, donde sabíamos que para ellos éramos un orgullo y no una decepción en
algún sentido.
Cuando
pensábamos que los amigos no traicionan y son para siempre, cuando las peores
lágrimas eran por raspones en las rodillas o juguetes rotos, no por corazones
en pedazos y promesas incumplidas. Cuando teníamos dulces sueños y no largas
madrugadas de juzgarse por cosas que no se pueden cambiar.
Para mí el
mejor medio para almacenar recuerdos son las fotos, aquellas que tienes
enmarcadas en tu cuarto, o que están en algún álbum perdido por tu móvil, otras
que no te gustan demasiado pero tienes miedo de borrar.
Hay una
foto en especial que yo miro mucho, donde veo a una pequeña niña de pelo rubio
y ojos verdes más feliz de lo que ha sido en mucho tiempo, acompañada por toda
su familia, sin excepción, esa de la que hoy se nota tanto la ausencia pero
nadie habla.
Por eso
los recuerdos son tan importantes, ya sea por un olor, un lugar o una foto,
porque te hacen recordar cosas que no sabías que tenías, que creías perdidas, y
te traen un poquito más cerca trozos de felicidad pasada que siempre estarán
ahí como lo que ahora son, un recuerdo.
Cristina
Cordón Andrade 4ºB
No hay comentarios:
Publicar un comentario